Replantear la autoevaluación institucional, en un contexto complejo como el actual, puede marcar la diferencia y aportar con pertinencia al mejoramiento de los procesos y resultados educativos de la escuela. La autoevaluación es un proceso que se ha trabajado en el sistema escolar chileno en distintos momentos y con distintas formas, lo cual se ha profundizado en la última década al ser una etapa establecida en una herramienta clave para la gestión de la escuela; el Plan de Mejoramiento Educativo (PME).

La autoevaluación institucional se centra en un análisis de la gestión educativa, que incluye los planes que las comunidades escolares deben hacer por normativa, la implementación curricular y diversos resultados cuantitativos y cualitativos, en función de lograr una comprensión sistémica de la situación actual que facilite la definición de las fortalezas y oportunidades de mejora para, posteriormente, avanzar en una planificación estratégica.

En un presente que parece cada vez más incierto, consensuar y tomar definiciones contextualizadas se torna un desafío central para cada integrante de la comunidad escolar y, principalmente, sus líderes, en miras de nuevas posibilidades que permitan desarrollar prácticas que otorguen un mayor énfasis a dimensiones de la gestión que se han visto sumamente demandadas por la actual pandemia.

Los procesos de cambio requieren asumir su complejidad, conocer cuáles son las vías para llevarlo a cabo y cuáles son algunos de los factores que pueden incidir positiva o negativamente en su diseño e implementación (Murillo y Krichesky, 2012). En esa dirección, los líderes escolares son los llamados a impulsar una autoevaluación institucional 2.0, donde la participación y el sentido compartido sea el motor de cambios profundos que permitan enfrentar de la mejor manera los desafíos actuales y venideros. Para lo anterior, algunas de las estrategias que pueden aplicarse son las siguientes:

1) ampliar la temporalidad de la etapa de autoevaluación, considerando mayores espacios de participación. En ese sentido, una opción es considerar de manera anticipada, durante el segundo semestre, instancias y mecanismos que garanticen que cada integrante de la comunidad participe y se involucre en un sentido compartido de los cambios a impulsar.

2) fomentar la priorización de focos claves a profundizar en la autoevaluación, donde se permita hacer un vínculo explícito con las prácticas relevadas en el contexto de la crisis actual y, también, con otras herramientas de gestión escolar, en función de generar un despliegue de acciones contextualizado y con mayor eficiencia.

3) permear a la comunidad escolar con la cultura de la innovación y la colaboración, relevando los aprendizajes que los integrantes de la escuela han adquirido, analizando lo ejecutado y proyectando fortalecer capacidades y condiciones que hagan sostenible las prácticas positivas que han surgido a partir de la crisis sanitaria actual. Esto, sin duda, podría contribuir a recuperar y fortalecer las trayectorias educativas de los/as estudiantes.

Pensar y llevar a cabo una autoevaluación institucional 2.0 puede ser un impulsor del cambio y mejora relevante en estos tiempos, no solamente por la actual pandemia, sino por las transformaciones constantes que vive la sociedad, donde la incertidumbre está arraigada a lo cotidiano. De esta forma, la posibilidad que abre la autoevaluación institucional de situarse en los desafíos venideros y, principalmente, en la profundización de temas contextualizados, aporta a los líderes y sus comunidades escolares como una instancia clave que puede fomentar una ruta para prepararse, responder y desarrollar las acciones de mejoramiento que se requieren.

Autor

Imagen de Alexis Moreira Arenas
Profesor, Magíster en Gestión Educativa, Diplomado en Políticas Públicas, Diplomado en Medición y Evaluación de Aprendizajes.

 

 

 

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